"Nada podemos esperar sino de nosotros mismos" | SURda |
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11-09-2010 |
Socialismo y batllismo
Es necesaria la alternancia de analizar el pasado y el presente (el primero como fuente de reflexiones para el segundo) para incursionar en Uruguay y en “Nuestra América” durante la primera parte del siglo pasado hasta la Segunda Guerra Mundial.
La fase imperialista de consolidación de relaciones monopólicas y el hundimiento del capitalismo de libre competencia, iniciada por las décadas del 60 y 70 del siglo XIX,
se robustece con la crisis de 1873. Para las economías dependientes representa la expansión de las relaciones capitalistas de producción a los sectores fundamentales de la economía (en Uruguay a la agropecuaria), equivalente a la profundización de esa dependencia. No obstante, la lucha interimperialista que conduce a la Primera Guerra Mundial -guerra de nuevo reparto del mundo entre potencias satisfechas (poseedoras de colonias y semi-coloniales) y las insatisfechas- favorece los buenos precios de las materias primas de nuestros países, lo que unido a la masiva afluencia de capitales, mejora su situación. La expansión capitalista prosigue, con altibajos, hasta la gran crisis de 1929. En “nuestra América”, la rivalidad entre el Imperio Británico dominante en América del Sur y su rival norteamericano, llega al Río de la Plata.
En ese marco general se asientan experiencias progresistas, reformistas, avanzadas en el continente, destacándose en particular el batllismo, cuyo auge se vive durante la segunda presidencia de José Batlle y Ordóñez (1911-1915) pero que se prolonga, aunque cada vez más debilitado, hasta 1958. Batlle y Ordóñez representa en el conglomerado burgués-terrateniente dominante, la orientación modernizadora, frente a la tradicional ganadera, ligada a Gran Bretaña, defendida por la dirigencia blanca (Saravia, Herrera). Esa tendencia modernizadora se apoya y coincide con los intereses de EE.UU., abastecedor de maquinarias, necesarias para la industria liviana de Uruguay.
El batllismo reposa en dos principios: racionalismo e individualismo, cuyas raíces están en la Ilustración. Esos principios se traducen en términos económicos, sociales y políticos, en la defensa del modo de producción capitalista con una legislación protectora para los más débiles, en la conciliación de clases y en la democracia política. Las ideas esenciales son el intervencionismo estatal, la valoración de los llamados fines secundarios del Estado (más allá de ser juez y gendarme), la relevancia dada a la “cuestión social”, la preocupación por dignificar a los obreros en el capitalismo, la equidistancia entre el conservadurismo extremo (en los conceptos de propiedad, familia, religión) y el socialismo, la legislación social avanzada, el laicismo, la protección a los hijos naturales, el divorcio. Eso sí, a pesar de sus múltiples realizaciones queda inamovible como “barrera horizontal” contra el progreso, al decir de Frugoni, el latifundio.
El pensamiento socialista crece y se enfrenta a un gran reto: cómo caracterizar al batllismo, y por consiguiente, cómo orientar su propio accionar. Para la izquierda, en términos ideológico-políticos, siempre es más sencillo ubicarse frente a regímenes retrógrados, de derecha cerril, que frente a otros que ofrecen matices, que son representativos del sentir y pensar de vastos sectores populares, como el batllismo, el yrigoyenismo, el aprismo, el varguismo, el peronismo y hoy en día, los auto-rotulados progresismos. Frente a todos ellos, sucumben los carentes de sólidos principios y los dogmáticos. “El pensamiento oportunista, así como el sectario, tienen un rasgo común: extraen de la complejidad de las circunstancias y de las fuerzas uno o dos factores que les parecen los más importantes -y que de hecho a veces lo son-, los aíslan de la compleja realidad y les atribuyen una fuerza si límites ni restricciones.” (Trotsky, 1937)
El Manifiesto Constitutivo del Centro Carlos Marx (1904) es la base del viejo Partido Socialista. Bajo el influjo del socialismo argentino de Justo, Emilio Frugoni se equivoca y reproduce el esquema de Sarmiento de civilización y barbarie. Pero acierta en defender la independencia de clase del proletariado frente al “obrerismo” batllista. Y acierta al ubicarse como el “partido picana” de la burguesía, patrocinando ideas y proyectos avanzados para la época, al tiempo de defender las ideas del socialismo.
La Revolución Rusa, más la crisis social de posguerra de los años 20 abona el terreno para el socialismo con ricos debates internacionales; el desarrollismo burgués que Víctor Haya de la Torre (fundador del APRA de Perú) fundamenta, obliga a una elaboración socialista de alto nivel, entre la que sobresale la de José Carlos Mariátegui.
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